Hace años que me he dado cuenta que el exotismo, cada vez me gusta menos. También me he dado cuenta que el tiempo lo cura todo y que simplemente es cuestión de esperar un poco. Todo se pasa. Pero el exotismo se pasa rápido.
Si uno se deja llevar por el exotismo, toda su experiencia se queda en un anécdota, en algo tan superficial y vacío que cae por su propio peso. Para un fotógrafo, llegar a La India y dedicarse a hacer fotos coloristas y de amaneceres impresionantes quedaría en un anécdota llevada por el exotismo. En ese caso, habría podido con nosotros y las imágenes serían estupendas postales.
Para conseguir un buen trabajo creo que el principio está en dejarse sorprender, impresionarse y cuando uno ya lo perciba sin sorpresa, cuando ese exotismo desaparezca, es cuando se puede empezar a trabajar.
Muchas situaciones en la vida tienen su punto de exotismo, no hace falta ir a La India o Marrakech. Y muchos de los actos que hacemos son en parte exóticos. La primera impresión nunca es buena, porque el exotismo te puede dejar aparcado en la anécdota.
El exotismo nos lleva a fotografiar atardeceres de colores deslumbrantes y nos hace creer que somos buenos fotógrafos.
Un profesor de dibujo que tenía mi hermano, les decía: «de vez en cuando, Dios hace unas horteradas…» Eso no son imágenes, son anécdotas exóticas.
Hay que fotografiar todo, como si llevaras conviviendo con ello toda tu vida.
Y que viva Cualladó, Juanes, Mann, etc… que ven exotismo en lo cotidiano. Eso si que es rebeldía.